Emilia Pardo Bazán: después del Romanticismo el Realismo se vuelve natural.
Con ocasión de una entrevista, a uno de los autores que estudiaremos durante nuestro viaje al siglo XIX le preguntaron por el estado de la literatura y el periodismo español en aquel tiempo. La respuesta queda para la antología del ingenio elegante: "La literatura no se lee... y los periódicos no hay quien los lea." - respondió lapidario.
Una vez más, el siglo de la Spinning Jenny, se parece demasiado a nuestra época de verdades inverosímiles, lectura escasa y unos medios de comunicación que a veces parecen más decididos a inventar la realidad que a mejorarla reflejándola con veracidad y explicándola con inteligencia.
La historia nunca se repite, aunque a menudo nos cree esa sensación de girar como una rueda para hamsters, con nosotros dentro corriendo sin avanzar, como una máquina de hilar que reproduce industrialmente el mismo tejido o como una rotativa que imprime una y otra vez la misma página.
De todos modos, y aunque las buenas noticias no suelan ser noticia, leer periódicos siempre es mucho más interesante que no leerlos, así que aquí tenéis una magnífica página para acceder en un clic a las principales cabeceras del mundo, porque puestos a leer prensa, escuchar voces plurales suele dar una imagen no necesariamente más nítida de la realidad pero sí permite comparar cómo se extraen hechos y datos, se enfoca su importancia, se ordena el relato (noticia, reportaje, crónica...) y, finalmente, se transmite o, en los peores casos, se inventa. Porque el informativo, no conviene olvidarlo, aunque debería ser como un espejo colocado a lo largo del camino, no deja de ser una modalidad del discurso narrativo, como el cuento o la novela, y los canales de la realidad y la ficción, como aclararon los realistas, son vasos comunicantes de la misma vena de tinta.
Mientras en clase, de viaje por el siglo XIX, seguimos estudiando el Romanticismo y sus obras principales,(h)ojeando varios periódicos he encontrado la noticia de un estreno teatral relacionado con una de las heroínas literarias de la segunda mitad del XIX y los primeros años del XX.
Se trata de doña Emilia Pardo Bazán, una figura que fue grande en su época pero cuyo tamaño intelectual y literario no deja de crecer con el paso del tiempo hasta instalarse definitivamente entre los clásicos indiscutidos (y, aunque parezca increíble, leídos) de la literatura escrita en nuestra lengua global. Como este viaje al siglo XIX es desde el futuro, no me ha parecido raro llegar antes a sus años finales que a sus inicios románticos y aprovecharé el encuentro para presentar su figura y presentar la literatura de su tiempo.

Emilia Pardo Bazán prefirió aprovechar las oportunidades de formación y trabajo que le ofrecía su condición aristocrática (con todo relativamente escasas por su condición de mujer) para, como Lev Tolstoi, otro conde literato y uno de sus referentes, emprender una labor intelectual perdurable. Contra la costumbre de su clase social, contra el machismo feroz de aquel siglo, contra el viento y las mareas de la historia, doña Emilia se alió con el proyecto cultural de la burguesía liberal del momento, acorralada por una aristocracia absentista, una burguesía provinciana cada vez más conservadora y un proletariado que, privado de formación, empieza a reivindicar su dignidad y sus derechos con las escasas herramientas intelectuales y materiales a su alcance.

Bajo un contradictorio influjo naturalista pero siempre desde su particular catolicismo y personal criterio, la autora escribió también su novela La madre naturaleza (una de las cumbres de la autora, junto a los Pazos de Ulloa) en la que une a su no siempre obvia pero constante espiritualidad los principios del positivismo y su plasmación literaria, iniciada años antes por Émile Zola.
Quizá la gran aportación del Naturalismo a la literatura y posteriormente al cine es la idea de que, mientras la escritura no literaria puede llevar desde la realidad a la mentira, la literatura debe conducirnos desde la ficción hasta alguna clase de verdad, porque la novela -igual que el periodismo- "debería ser como un espejo colocado a lo largo del camino".
Si hubo alguna vez un naturalismo español, está aquí, en las páginas escritas por esa peculiar mujer que fue rechazada en la Real Academia Española por autores como Valera, Palacio Valdés o Pereda, figuras que fueron grandes en su tiempo pero cuyo tamaño intelectual y literario no deja de menguar con el paso del tiempo hasta instalarse entre los clásicos menos leídos.
Y no es de extrañar, si observamos que algunos de los argumentos para su académico rechazo eran de tanta altura como acusarla de extranjerizante (por salir del ensimismamiento provinciano y ejercer la curiosidad intelectual), de pornográfica (por mostrar abiertamente los sentimientos, pensamientos y ombligos de sus personajes, fueran masculinos o femeninos) o en escala descendente (ya renunciando a pensar, desde el barro y ad hominem) porque, como apuntó uno de aquellos censores, al estilo Trump e insultando su corpulencia "su trasero no cabría en un asiento de la RAE".

Emilia fue sepultura en la Iglesia de la Concepción de Madrid y cinco años después se erigió en su honor una estatua en la calle Princesa, muy cerca de su domicilio. Entre 1923 y 1925 se publicaron póstumamente La literatura francesa moderna, Vol. IV, Cuentos de la tierra y Cuadros religiosos.



Muy bueno.
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